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Los Xenarthros Pilosa o Perezosos Gigantes,

en el registro fosilífero local.

 Por Mariano Magnussen. Laboratorio Paleontológico del Museo de Ciencias Naturales de Miramar. Fundación Azara. Laboratorio de Anatomía Comparada y Evolución de los Vertebrados.  marianomagnussen@yahoo.com.ar . Ilustraciones Daniel Boh

La historia evolutiva de los Xenarthros, edentados sudamericanos, o también conocidos como perezosos, es extensa e increíble. Algunas criaturas eran muy pequeñas y simples (perezas, perezosos de dos dedos u osos hormigueros), a gigantes bestias del pasado (megaterios y lestodontes), incluyendo a aquellos de piel acorazada (gliptodontes y armadillos), único entre todos los mamíferos extintos y vivientes en todo el mundo. El único carácter externo que tienen en común entre ellos, son las uñas en formas de garra grandes y robustas, adaptadas para funciones diversas, tanto en las formas terrestres (excavar) como en las arborícolas (agarrarse a las ramas).

Los Xenarthros, están representados por los del Orden Pilosa. Casi todos los taxones de este grupo de mamíferos se registran en América del Sur desde el Paleoceno tardío, hace 56 millones de años, hasta la actualidad. También existen varios registros en la Antártida que pueden ser considerados dentro del grupo de los Xenarthros en la época del Eoceno, hace unos 40 millones de años antes del presente, y algunos pocos en Norteamérica, que llegaron allí hace 2 millones de años, durante el Gran Intercambio Biótico Americano, luego de la unión de ambas Américas, generando asi, un intercambio faunístico.

En nuestra área, el registro más antiguo (por la juventud de los sedimentos) corresponden al Plioceno medio, unos 4 millones de años. El Museo de Ciencias Naturales de Miramar, ha recuperado fósiles de Proscelidodon, Glossotheridium y Scelidotheridium, antecesores de aquellos de mayor tamaño que vivieron durante el Pleistoceno. Estos eran mas pequeños (pero no tanto) de las formas posteriores

Así mismo, en estos sedimentos Terciarios, hemos observado crotovinas, es decir, antiguas madrigueras rellenas de sedimentos que de depositaron en su interior con un diámetro superior al metro y medio, lo que coincidiría a estas formas de Pilosas, cuyas estructuras son mejores conocidas y estudiadas durante el Pleistoceno regional.

Además, en 2021, un equipo conformado por la Fundación Azara, el Laboratorio de Anatomía Comparada y Evolución de los Vertebrados y del Museo miramarense, presentaron el hallazgo de un cráneo juvenil del Megaterio (Megatherium sp) más antiguo de Argentina, encontrado en las proximidades de Miramar en sedimentos del Plioceno, que, junto a otros restos de Bolivia, son los más antiguos del mundo para el presente género. Sin dudas se trata de una versión anterior al gigante del Pleistoceno, pero al tratarse de un individuo juvenil, no se le pudo nombrar como nueva especie.

Durante el Pleistoceno, entre 2,5 millones de años a 11 mil años antes del presente, el orden Pilosa, tiene una gran variedad de tamaños y formas. Se caracterizan por sus dientes simples sin esmalte  (como el marfil), para triturar plantas semiduras y fibrosas, y en algunas especies, presentaban dientes modificados con forma de caninoformes (colmillos) en su extremo frontal, largas lenguas prensiles, articulaciones adicionales en las vértebras, huesos largos robustos y miembros dirigidos hacia adentro, estructura osteodermica, es decir, huesecillos esféricos y redondeados separados entre sí, formando un escudete defensivo imperceptible en la piel, además, de garras enormes para realizar madrigueras para refugio o protección de juveniles, búsqueda de raíces y tubérculos, y control en la temperatura corporal.

Entre sus representantes, que conformaron la Megafauna, es decir, animales que superaban la tonelada de peso, encontramos en su máximo exponente, el Megatherium americanum, el más grande de todos los mamíferos terrestres de la Era Cuaternaria. Superaba los 4,5 metros de altura cuando se paraba sobre sus patas y con un peso estimado de esta especie es de 4 toneladas. Si bien era herbívoro, nuevos hallazgos muestran que consumían proteínas de origen animal, los cuales cazaba, o tal vez, por su tamaño, robaba presas a otros mamíferos depredadores, o se alimentó ocasionalmente de carroña.

En 2019, nuestro Museo local, junto a colegas del Lacev (Macn - Conicet) y Fundación Azara, presentamos nuevos restos de Megatherium filholi, una especie de Megaterio enana. Los fósiles nos muestran, tal como sospechó el Perito Moreno, quien descubrió los primeros restos de esta especie en 1888, que el Megatherium filholi era un enano entre los gigantes, porque, pese a que medía unos tres metros de largo y pesaba poco más de una tonelada, es muy pequeño al ser comparado con su pariente más cercano, el Megatherium americanum. Desde entonces se sospechaba de la validez de esta especie, que fue ratificada por los hallazgos de sus restos en las proximidades de Miramar.

Otro de los gigantes con mayor registro en Miramar, fue Lestodon arnatus, es el segundo perezoso de mayor tamaño. Aunque resientes restos fósiles hallados cerca del muelle de pescadores de nuestra ciudad, demuestra la existencia de grandes individuos, con talla similar o tal vez superior al anterior. El Lestodonte, al igual que sus parientes era un herbívoro, el cual recogía su comida a orillas de los pantanos o cauces fluviales. Median aproximadamente unos 4 metros de longitud. Su cráneo tenía una región rostral muy ensanchada. Los huesos de sus miembros eran grandes y gruesos. Su dentición era simple, pero resaltaban hacia afuera de la boca unos caniformes muy grandes, lo que se convertía en una defensa contra los posibles depredadores. Su masa estimada es de 2,5 toneladas.

Otro Piloso gigante fue Catonyx tarijensis, un Pilosa de hábitos terrestres, corpulento, con cabeza grande y una cola larga y pesada. Los pies largos y con garras envueltas hacia adentro al igual que los otros Pilosa ya descriptos, por lo tanto, caminaba apoyando sus nudillos. Es probable que pudiera ponerse en dos patas y mantener el equilibrio con la cola, utilizando sus garras para llevarse el alimento a la boca. Tenía 3.50 metros de largo y 1,70 de alto. Su masa estimada fue de una tonelada. Es sumamente escaso en toda Argentina, y más frecuente en el centro – norte de Sudamérica.

El Scelidotherium leptocephalum, era de tamaño menor al resto de los perezosos, pero no dejaba de ser un gigante. Sin dudas, fueron los mamíferos más comunes del paisaje en el Pleistoceno miramarense, ya que sus restos fósiles son muy abundantes en los depósitos sedimentarios de esta edad geológica. Tenía 1,70 metros de alto y 3,50 de largo. Su peso estimado es de una tonelada. El cráneo es alargado, bajo y estrecho, con un rostro proyectado hacia adelante. Su alimentación consistía de vegetales que hallaba en áreas secas.

En el año 2002 se halló en Miramar una paleocueva con galerías, dos cámaras y garras marcadas en paredes y techos. Su extensión superaba los 26 metros de largo y un diámetro que llegaba a los 1,90 metros, y se podía observar su antigua conexión con la superficie. En esta, se pudo recuperar marcas de garras pares que coinciden con la anatomía de Scelidotherium. Así mismo, en 2004, personal de este Museo de Ciencias Naturales de Miramar, recupero en la localidad de Mar del Sud (15 kilómetros de Miramar) el esqueleto de un adulto, abrazando a un juvenil.  La hipótesis, es que se trata de una hembra junto a su cría, que murieron en su madriguera hace más de 100 mil años antes del presente, siendo al día de hoy, un registro único. En este museo se conservan decenas de restos de Celidoterio, mientras que en exhibición se pueden observar un cráneo, una mano completa, y un esqueleto completo.

Mientras tanto, Mylodon darwinii, es otro de los grandes perezosos registrado en la zona, menor que Megaterio y Lestodonte. Se alimentaba de vegetales. Se calcula que medía aproximadamente 2,50 metros a la cruz, y pesaba unas 2,5 toneladas. Un singular hallazgo, fue realizado a fines del siglo pasado. Proviene de una caverna en el Seno de la Ultima Esperanza, llamada también como "Cueva del Mylodon" donde fueron encontrados excrementos del animal y huesos de gran tamaño diseminados en sedimentos que incluían restos de carbón.

 Lo asombroso de este descubrimiento, es que la pieza única permitió conocer la estructura del cuero de estos animales, que en su interior alojaba pequeños huesecillos subesfericos (osteodermos) que, si bien permitían flexibilidad a la piel, convertían al Milodonte en un verdadero acorazado imperceptible. Esta característica se repitió en otros edentados, pero tal vez, con menos densidad.

El Glossotherium robustum, poseía gran tamaño y hábitos terrestres, corpulento, con cabeza grande y una cola larga y pesada. Tenía 3.50 metros de largo y 1,70 de alto. Su masa estimada fue de una tonelada y su extinción ocurrió durante el Holoceno medio, hace 8 mil años antes del presente. Su cuerpo estaba cubierto por una espesa y densa pelambre y embebidos en la piel se encontraba un gran número de huesillos (osteodermos), en forma y tamaño variables, generalmente superiores a un centímetro de diámetro. Su hábito alimenticio era variado, constituido de hojas de graminias, arbustos, árboles y posiblemente carroña. Hace poco tiempo, personal del Museo de Ciencias Naturales de Miramar y Fundación Azara, recupero la pata trasera de un ejemplar joven (pelvis, fémur, tibia etc) recubierta de centenares de huesesillos dérmicos, lo que significa que la pata estaba cubierta por el cuero al quedar sepultada.

Otra especie, con menor frecuencia de hallazgos, la conforma Scelidodon copei, el cual, posee un cráneo pequeño, alargado, estrecho y bajo; con las mandíbulas alargadas, pero con los premaxilares más cortos. Sus dientes, en la superficie masticatoria, son elípticos o levemente triangulares, con la serie dentada paralela y continua, siendo tanto las superiores como las inferiores casi del mismo tamaño, lo que denota su dieta herbívora, consumiendo arbustos, hojas y raíces.

Su cuerpo era masivo y probablemente cubierto de un grueso pelaje. Midió unos 2.50 metros de largo por 1 metro de altura, con un peso cercano a la tonelada. Sus extremidades posteriores son largas y robustas, las anteriores son más cortas, terminando ambas en fuertes garras curvadas hacia el interior, por lo que se desplazaba sobre el dorso de sus manos y pies.

El estudio de estos ejemplares permite comprobar que durante el Pleistoceno existieron marcadas variaciones en la composición y distribución de la fauna pampeana en general, y de los Xenarthros en particular, hecho íntimamente relacionado al Gran Intercambio Biótico Americano y a las variaciones climáticas producidas durante el Pleistoceno, sumado a un declive y empobrecimiento ambiental. A comienzos del Holoceno, los gigantes perezosos se habían extinto para siempre.

Bibliografía sugerida.

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Esteban, G.1996. Revisión de los Mylodontinae cuaternarios (Edentata, Tardigrada) de Argentina, Bolivia y Uruguay. Sistemática, Filogenia, Paleobiología y Paleozoogeografía y Paleoecología.

Esteban, G.1996. Revisión de los Mylodontinae cuaternarios (Edentata, Tardigrada) de Argentina, Bolivia y Uruguay. Sistemática, Filogenia, Paleobiología y Paleozoogeografía y Paleoecología. Tesis Doctoral, Instituto Miguel Lillo, Facultad de Ciencias Naturales, 235 p. Tucumán.

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Gliptodontes y Armadillos.

Los gigantes acorazados hallados en la región.

 Por Mariano Magnussen. Laboratorio Paleontológico del Museo de Ciencias Naturales de Miramar. Fundación Azara. Laboratorio de Anatomía Comparada y Evolución de los Vertebrados.  marianomagnussen@yahoo.com.ar . Ilustraciones Daniel Boh

El aislamiento prolongado de América del Sur, durante casi toda la Era Terciaria, es decir, entre 60 y 3 millones de años antes del presente, genero el desarrollo de una fauna muy particular, entre ellos, los mamíferos del Superorden de los Xenarthros, conformado por tres tipos morfológicos básicos, como los osos hormigueros, de cuerpo alargado y hocico muy prolongado, pelaje denso y costumbres terrestres o arborícolas, seguido por los perezosos, de cuerpo compacto, hocico corto, pelaje denso, de andar lento y arborícolas, y por último, los armadillos, con el cuerpo ancho y deprimido revestido dorsalmente con una coraza, con poco pelo y de hábitos terrestres.

Justamente, estos últimos, son los armadillos o perezosos acorazados, los edentados del Orden Cingulata. Estos son muy frecuentes y con una diversidad asombrosa localmente, tanto en Miramar como en gran parte de la costa bonaerense, desde el Plioceno hasta hace unos milenios, caracterizados por la presencia de coraza dorsal, las cuales pueden tener bandas móviles como los armadillos actuales o totalmente rígida como los extintos gliptodontes (al menos en estado fósil, ya que seguramente en vida, tuvo leves movimientos) formados por osteodermos anexados, además de poseer vértebras del cuello y del tronco fundidas, incluso adheridas a la coraza. En el Pleistoceno, estos verdaderos mamíferos acorazados, alcanzaron enormes tamaños y variedades.

Lo interesante de la superficie expuesta de los osteodermos (placas del caparazón), las cuales son de origen dérmico, poseen una serie de figuras ornamentales, que varían en todas las especies, en sus distintos momentos de crecimiento, o también en la ubicación de su cuerpo, lo que facilita a los paleontólogos en su clasificación. El más característico, es el osteodermo del genero Glyptodon sp, con forma de “flor”.

En general, todas las especies de gliptodontes se caracterizan por un cráneo corto y ancho, también protegido con un escudete óseo, y arcos cigomáticos bien marcado y desarrollado, para adherir la musculación utilizadas para masticar. Todo el cuerpo cubierto por un grueso caparazón, cuyo espesor en algunos casos superaban los ocho centímetros. Los huesos de la cadera no están soldados como en el resto de las especies de los mamíferos, posiblemente, esta adaptación posibilitaba que los gliptodontes pudieran pararse sobre sus patas traseras, que eran cortas y muy gruesas, utilizando la cola para apoyarse, las cuales estaban recubiertas de unos anillos con púas óseas, o en otros casos terminaban con un tubo óseo con púas corneas, lo que les posibilitaba, vigilar el territorio, aparearse, e incluso, dar a luz.

Su origen de los Cingulados se remonta al Paleoceno, hace 55 millones de años, para cuando ya estaban bien diferenciados, pero recién al final del Plioceno y durante todo el Pleistoceno tuvieron una gran diversidad, formas y tamaños.

Los Gliptodontes, se originaron más tarde, durante el Eoceno, es decir, unos 45 millones de años antes del presente, encontrándose sus restos en sedimentos del Terciario de la Patagonia y Norte Argentino. Los rasgos fundamentales de esta familia, es la presencia de una coraza sin bandas móviles, colas protegidas con anillos móviles en forma decrecientes, y algunos presentaban un tubo caudal óseo con púas corneas en forma de defensa o ritual sexual, y un casquete cefálico que protegía la cabeza. También tenían la columna fusionada y soldada en gran parte al caparazón dorsal, miembros cortos, pero gruesos y fuertes.

La gran cantidad de especies encontradas desde el Plioceno regional, muestran gran variedad, que citaremos a continuación, las cuales, son las especies más características de esta familia extinta, y tal vez, la más popular entre los mamíferos fósiles sudamericanos. En el Pleistoceno, los Gliptodontes alcanzaron su máximo desarrollo, tanto en variedad como en formas. 

Al igual que otros integrantes de la megafauna Sudamericana, se extinguen sin dejar representantes vivientes. El deterioro climático y ambiental, la llegada de nuevos predadores, incluyendo los humanos, nuevos virus, fueron algunos de los factores que determinaron para siempre la suerte de los gliptodontes.

El Doedicurus tuberculatus, fue la especie de mayor tamaño dentro de la familia. Tenía 4,30 metros de largo y 2 metros de alto. La coraza tiene una forma muy particular, presentando una especie de joroba en su parte más alta, con placas más laxamente unidas que en otros parientes de la época. Su cola estaba formada por cuatro anillos, un tubo cilíndrico de un metro de largo y en su término poseía una masa ósea con púas corneas, convirtiéndose en una técnica de defensa contra los habituales depredadores. Su masa estimada en vida es de 2 toneladas.

El Glyptodon muñizi, tenía 3,50 metros de largo y 1,4 de alto. Sus placas engrosadas entre si varían de 1 a 7 centímetros de diámetro, las cuales son fáciles de identificar por su forma de "flor". Su cola carecía del anquilosamiento de los anillos terminales en forma de tubo descriptos en los otros géneros. Esta se encuentra formada por una serie de anillos móviles de diámetro decreciente, conformada por unos siete anillos con placas de forma relativamente grotesca y en punta. De esta especie, se exhibe un esqueleto muy completo.

Por otro lado, Panochthus tuberculatus, fue otro gliptodonte de gran tamaño. Si bien, hemos encontrado numerosas piezas de este enorme animal, solo exhibimos en el parque del Museo, una recreación en vida en tamaño natural. Se diferencian de los grandes y mediados gliptodontes Cuaternarios por su coraza en forma de casco prusiano. Las placas que forman este formidable caparazón son gruesas, presentando un relieve con pequeñas figuras circulares y uniformes finamente punteadas. Su cola estaba constituida por cuatro anillos móviles articulados, seguido de un tubo con numerosas púas de distinto tamaño.

El Neosclerocalytus ornatus, fue la más pequeña de todas las especies de los Gliptodontes, que habitaron en América del Sur, la cual alcanzaba apenas los 2,50 metros de largo y pudo pesar unos 300 kilogramos. En las colecciones del Museo de Ciencias Naturales de Miramar resguardamos una amplia variedad de restos, e incluso una especie única, mientras se exhiben un cráneo completo y la cola de esta peculiar especie.

En el caso de los armadillos con bandas móviles, estuvieron bien diversificados en formas y tamaño, pero solo sobrevivieron dos especies que habitan en el S.E bonaerense. Hemos registrado en bosques y zonas abiertas de Miramar al peludo pampeano (Chaetophractus villosus) y la mulita pampeana (Dasypus hybridus). Debemos reconocer que, en otras regiones del país y de América, aún hay una importante variedad de armadillos, muy diferentes a los grandes armadillos del Plioceno y Pleistoceno, pero significativas para la mastozoología, aportando datos del pasado biológico de estos animales.

En una de las vitrinas de esta sala, se exhiben los Dasipodidos o armadillos, es una familia que agrupa a animales cuyos cuerpos se hallan protegidos por una coraza ósea y placas dérmicas, la que se divide en dos partes, una la coraza escapular y la otra la coraza pélvica, separadas por varias bandas móviles que varían en su cantidad según la especie. En la actualidad se encuentran representados por mamíferos de pequeño tamaño, como los Peludos y las Mulitas, o el Tatú Carreta, como máximo exponente en el norte argentino.

Entre las formas más comunes del Plioceno, encontramos a Ringueletia simpsoni, un armadillo de gran tamaño, de dieta variada, y que construía sus propias cuevas, el cual vivió junto a otros armadillos, como Paraeuphractus, Doellotatus, Macrochorobates, Chorobates, Tolypeutes,  Zaedyus, Holmesina, Kraglievichia, Scirrotherium, Plaina, entre otros.

Durante la era Cuaternario vivió un mulita gigante, llamada Pampatherium typum, cuyo nombre significa "bestia de la pampa". Es probable que su peso fuese de unos 225 kilogramos y superaba los 2,50 metros de longitud. Construían grandes galerías subterráneas, con cámaras amplias para proteger sus crías, las cuales, han sido encontradas en los barrancos del Bosque del Vivero Dunicola. En el Museo de Ciencias Naturales de Miramar posee un ejemplar con varios restos de su esqueleto, y otros ejemplares aislados. 

Otro gigante extinto con bandas móviles en su caparazón, fue Eutatus seguini. Su registro fosilífero abarca desde el Pleistoceno inferior (2 millones de años) hasta el Holoceno temprano (8 mil años), encontrándose en algunos casos, asociados a restos óseos de otros animales por actividad antrópica, es decir, que han presentado manipulación por antiguos grupos humanos que vieron en esta zona a fines del Pleistoceno, en cuevas del sistema serrano. Su coraza dorsal es robusta, y poseía unas 33 bandas móviles que cubrían las dos terceras partes del caparazón. En cada mandíbula poseía de 9 a 10 dientes, los cuales utilizaba para comer carne en descomposición, huevos, larvas, caracoles y algunos tallos.

El Propraopus, era muy similar a los actuales Tatú carreta (Priodontes maximus) que vive en el norte argentino, pero su aspecto sería más parecido a la mulita pampeana grande (Dasypus hybridus).

De alimentación fue muy variada, compuesta principalmente por gusanos, huevos, vegetales y animales en estado de descomposición. La coraza sola, tiene unos 70 centímetros de largo, más la cola unos 40 centímetros.

Otro representante del Pleistoceno fue, Chaetophractus sp, un armadillo fósil emparentado con el mismo género viviente (el peludo pampeano). Restos fósiles de este y otros géneros morfológicamente similares son hallados con frecuencia en los afloramientos sedimentarios correspondientes al Plioceno y Pleistoceno de Miramar, esto quiere decir, que nuestro Peludo, ya era un habitante frecuente en nuestra área en los últimos 3 millones de años.

A pesar de su diversificación durante el pasado-reciente, hoy en día, en nuestra región, quedaron reducidos a ejemplares que no superan los 45 centímetros de largo y los 2 kilogramos de peso.  Tanto el peludo como la mulita, son omnívoros, incluyendo carroña a sus dietas, y construyen sus madrigueras y refugios en campos, bosques, llanuras o al costado de los caminos.

Bibliografia consultada.

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Tonni, E.P.; Fidalgo, F. 1979. Consideraciones sobre los cambios climáticos durante el Pleistoceno tardío-Reciente en la Provincia de Buenos Aires. Aspectos Ecológicos y Zoogeográficos Relacionados. Ameghiniana, Vol. 15, Nos. 1-2, p. 235-253.

Tonni E. P., 2005. El último medio siglo en el estudio de los vertebrados fósiles. Asociación Paleontológica Argentina. Publicación Especial 10, 50º Aniversario: 73-85.

Tonni E. P., 2016. Los acantilados de la costa atlántica bonaerense y su contribución al conocimiento geológico y paleontológico. En: J. Athor y C. E. Celsi (eds.): La costa atlántica de Buenos Aires. Naturaleza y patrimonio cultural. Fundación de Historia Natural Félix de Azara - Vázquez Mazzini Editores, pp. 42-65, Buenos Aires.


Los roedores fósiles histricomorfos,

dregistrados en General Alvarado.

Por Mariano Magnussen. Laboratorio Paleontológico del Museo de Ciencias Naturales de Miramar. Fundación Azara. Laboratorio de Anatomía Comparada y Evolución de los Vertebrados.  marianomagnussen@yahoo.com.ar . Ilustraciones Daniel Boh

Cuando pensamos en el término roedor, se nos viene a la mente las ratas y lauchas. Pero en el pasado biológico como en la actualidad, son algo más diversificados de lo que creemos. Si bien no son nativos de Sudamérica, llegaron en distintas oleadas migratorias, y se adaptaron rápidamente al ambiente. Haciendo que varias formas nuevas se conviertan en endémicas, es decir, que solo se las encuentra en este lugar.

Entre algunos de los roedores, encontramos los histricomorfos, es decir, mamíferos placentarios con dos incisivos, de gran tamaño de crecimiento continuo, situados en el maxilar inferior y superior, y que solo están cubiertos de esmalte en la parte frontal, y también, otros caracteres de los esqueletos, como la separación de la tibia y la fíbula o peroné, y la robustez del arco cigomático, que observamos desde el Plioceno al Holoceno de Miramar.

Como se ha citado reiteradas ocasiones, Sudamérica durante casi todo el Terciario, quedo totalmente aislado del resto de los continentes, en el cual, evolucionaron distintos grupos faunísticos que no existían en otros continentes.

 Hay evidencias, que, en varias oportunidades, entre 35 a 8 millones de años, antiguas balsas con sedimentos, plantas y animales viajaron por el océano atlántico desde África, cuando ambas estaban separadas por apenas 900 kilómetros, mientras que, otros grupos de animales (los saltadores de islas) emigraban de la misma forma, entre los archipiélagos aislados de lo que hoy conforman el caribe, cuyo origen era asiático, es lo que demuestran las pruebas genéticas y paleontológicas.

Una vez llegados a estas tierras, se pudieron adaptar y diversificar fácilmente, ocupando los nichos ecológicos de muchos notoungulados y marsupiales, generando una importante competencia y estrés ambiental.

Los primeros roedores de América del Sur están representados por especies descritas en depósitos del Eoceno/ Oligoceno temprano. A finales del Oligoceno, todas las superfamilias y familias de Caviomorpha estaban presentes en el registro fósil.

En Miramar y gran parte del Partido de General Alvarado, se han encontrado formas muy diversas, e incluso, nuevas para la ciencia. Entre los roedores coleccionados, tenemos el enorme Telicomys giganteus, del tamaño de una vaca. Sus mandíbulas presentan grandes incisivos, cuya cara anterior tienen un ancho de 3 centímetros, acompañados por cuatro molares por cada maxilar y rama mandibular. Suponemos que su hábitat estaba limitado a lugares secos y con follaje, aunque la evidencia fósil es muy escasa para brindar datos más completos sobre su biología. Algunos restos significativos fueron descubiertos en 1908 al norte de Miramar por el propio Florentino Ameghino.

Otro de los grandes roedores Pliocenos encontrados en cierta cantidad, lo conforma el Phugatherium novum, emparentado con los actuales capibaras o carpinchos, pero de mayor tamaño y patas largas adaptadas para correr, y no de hábitos anfibios como sus parientes actuales. Su cráneo refleja un rostro alargado y estrecho. La longitud del cráneo es la doble a la atribuida al carpincho, superando fácilmente los 50 centímetros.

Su fémur y humero, guardan la misma relación en su longitud con el género actual, pero el cubito o ulna, radio, tibia, peroné y demás huesos, son mucho más desarrollados y largos que estos, por lo cual Phugaterium (=Protohydrochoerus), morfológicamente concuerda con mamíferos corredores. En el Pleistoceno, los fósiles de carpinchos son extremadamente escasos, es tan así, que aún no sabemos muy bien cuando aparecen los antecesores directos del capibara viviente. Pero justamente en Miramar, se encontraron huellas fosilizadas, atribuibles al icnogenero Porcellusignum conculcator. De apariencia muy similar a sus parientes sudamericanos modernos.

Actenomys latidens, fue un mamífero roedor Caviomorpha muy común en la región pampeana. Actenomys estaba emparentado con el actual genero Ctenomys (tucos tucos) los cuales tienen una gran diversidad en Sudamérica. Es probable que fuera de hábitos subterráneos, ya que sus restos normalmente son hallados en antiguas madrigueras, como así también, Ctenomys (Paractenomys) chapadmalensis y Eucelophorus cabrerai emparentados con Actenomys.

También había otros más pequeños, como el Lagostomus (Lagostomopsis) antiquus, es una especie de roedor de la familia Chinchillidae. Actualmente sólo hay una especie viva, la vizcacha común (Lagostomus maximus), que mide hasta 60 centímetros de largo y habita en Sudamérica, pero en el Plioceno vivió Lagostomopsis, un representante de menor tamaño.

Su alimentación estaría compuesta principalmente por tubérculos, raíces, hierbas etc. Poseía unos cráneos anchos y robustos, con nasales alargados. En la zona norte de Miramar, en sedimentos del Plioceno, entre 3,5 y 2,5 millones de años antes del presente, se han recuperado numerosos restos de Lagostomus (Lagostomopsis) incisus, asociado a gran parte de la fauna extinta de fines de la Era Terciaria. Además de restos óseos, se observa largas madrigueras, en donde, en algunas ocasiones se los han asociado a sus creadores.

Tambien, se han recuperado integrantes de la familia Caviidae identificados (Dolichotis sp, Dolicavia minuscula, Orthomyctera chapadmalensis, Caviodon pozzii, Cardiomys sp., Microcavia chapadmalensis, entre otros). Si bien muchos de ellos se extinguieron, algunos representantes de cada familia lograron sobrevivir desde el Plioceno al Holoceno reciente. Entre las formas Pliocenas, encontramos a Paleocavia impar, un género muy abundante durante el Mioceno hasta el final del Plioceno. Como roedores cavidos, pueden se indicadores de ambientes cálidos templados. Tienen una cabeza grande y rectangular, así como una cola muy pequeña o ausente. Poseen cuatro dedos en las extremidades anteriores y tres en las posteriores, de cuerpo alargado, y extremidades delgadas y cortas, pero que sin embargo corre con gran facilidad y rapidez. Vivía en lugares con vegetación abundante y relativamente húmedos. Tenía unos 25 centímetros de largo, y estaba relacionada con los conejillos de Indias, cuises y el carpincho (el roedor viviente de mayor tamaño).

Estos, son solo algunos representantes fósiles que hemos encontrado en los últimos 4 millones de años en nuestra zona, pero hay muchísimos más de ellos para conocer. Miramar y zona, se encuentra entre las localidades fosilíferas más ricas e importantes del mundo, no solo por los gigantes del pasado, sino también por los microvertebrados. Desde estos sedimentos, se han organizado grandes colecciones científicas sobre caviomorfos en los museos más importantes del país, como así también Norteamérica y Europa durante la primera mitad del siglo XX.     

Bibliografía sugerida.

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Tonni, E.P.; Fidalgo, F. 1979. Consideraciones sobre los cambios climáticos durante el Pleistoceno tardío-Reciente en la Provincia de Buenos Aires. Aspectos Ecológicos y Zoogeográficos Relacionados. Ameghiniana, Vol. 15, Nos. 1-2, p. 235-253.


Los fósiles de Perisodáctilos, que fueron hallados en Miramar.

 Por Mariano Magnussen. Laboratorio Paleontológico del Museo de Ciencias Naturales de Miramar. Fundación Azara. Laboratorio de Anatomía Comparada y Evolución de los Vertebrados.  marianomagnussen@yahoo.com.ar . Ilustraciones Daniel Boh

Tomado de Magnussen, Mariano. 2024. Los fósiles de Perisodáctilos, en el Pleistoceno bonaerense. Paleo Revista Argentina de Divulgación Paleontológica. Boletín Paleontológico. Año XVII. 181: 57-60.

Son mamíferos ungulados que se caracterizan por la posesión de extremidades con un número impar de dedos terminados en una estructura cornificada llamadas pezuñas, y con el dedo central, que sirve de apoyo, mucho más desarrollado que los demás.

Los miembros de los perisodáctilos se describen como mesaxónicos, es decir, que su dedo central, en la mayoría de los casos el tercero, el cual, se desarrolló mientras que los restantes reducen su tamaño, hasta incluso desaparecer, como los caballos.

Se cree que los perisodáctilos emergieron poco después de la extinción masiva del Cretácico-Terciario en la cual se extinguieron los dinosaurios y otros organismos. Algunos tempranos hallazgos datan del Paleoceno superior, entre hace 65 a 55 millones de años atrás, y que, para los inicios del Eoceno, hace 54 millones de años, ya se encontraban ocupando diversos continentes. Inicialmente habitaron Asia y África, luego fueron extendiéndose para ocupar Europa y América del Norte.

Durante todo la Era Terciaria evolucionaron en estos continentes, pero recién, en el Plioceno tardío, hace unos 2,8 millones de años ingresaron al continente sudamericano, durante el intercambio faunístico al unirse ambos subcontinentes.

A diferencia de otros ungulados, como por ejemplo los rumiantes, conservan los incisivos de la mandíbula superior y los utilizan para arrancar hierba. Los dientes premolares se encuentran molarizados, así junto a los molares forman una amplia superficie para triturar el alimento.

Los équidos y tapíridos, son las especies más emblemáticas entre los perisodáctilos, sobrevivieron y prosperaron hasta el final del Pleistoceno, hace solo 10 000 años, soportando la presión de los cazadores humanos y de un nuevo hábitat cambiante.

Los equinos, son mamíferos placentarios del orden Perissodactyla, que contiene solo un género viviente, Equus, y poseen en sus patas un dedo modificado que soportan todo el peso, apoyado sobre sus pezuñas. Estaban representados en el Pleistoceno sudamericano, por Hippidion principale, un primitivo caballo, el cual se extinguió hace unos 8 mil años.

Era similar a las cebras de África, pero algo más bajo y rechoncho, con extremidades cortas. Su cráneo presenta unos huesos nasales algo alargados y pronunciado que las formas vivientes.

Por otro lado, es notable la conformación de las extremidades, proporcionalmente cortas y anchas, que le confieren al animal un aspecto macizo.

Su peso pudo ser de unos 400 kilos. Las características adaptativas de la parte distal de las extremidades de Hippidion pueden ser indicadores de distintos tipos de suelo y vegetación. El hábitat de Hippidion debería corresponder a un bosque o praderas húmedas y suelo blando.

Los Équidos de América del sur se han extinguido totalmente a principios del Holoceno, y convivio con otra especie de caballo tardío, el Amerhippus neogeus, un subgénero del género Equus el cual agrupa a las cinco especies de dicho género de la familia Equidae, que también se extinguió.

Recién, en el siglo XVI es incorporado nuevamente el caballo a América, luego de la colonización europea.  En el museo se resguardan distintos restos fósiles, y en exhibición se muestra un cráneo muy completo con mandíbula de este extinto animal.

Otro perisodáctilo, el Tapirus  sp, es un género de mamífero perisodáctilo extinto de la familia de los tapíridos. El género Tapirus que vivió en el Pleistoceno de América del Sur.

Tapirus dupuy, es una especie fue descrita originalmente por Carlos Ameghino en 1916, empleando como base material, fragmentarios colectados en sedimentos del Pleistoceno de la ciudad de Miramar, provincia de Buenos Aires, cuya especie homenajea a José María Dupuy, prefecto local y coleccionista en ciencias naturales, que colaboro con la búsqueda y entrega de material paleontológico y biológico al entonces Museo Nacional de Historia Natural de Buenos Aires y Museo de La Plata.

Las extremidades anteriores poseen cuatro dedos y las posteriores tres. Sin embargo, la principal característica del Tapirus es su alargado hocico en forma de pequeña probóscide, que usa principalmente para arrancar las hojas, hierbas y raíces que constituyen su alimento.

Los registros más antiguos del género Tapirus en Sudamérica corresponden al Pleistoceno temprano de Argentina, y probablemente de Perú y Bolivia. Mientras tanto, en la actualidad, el Tapir (Tapirus terrestres), que incluye a varias subespecies que aun habita en el nordeste de Argentina, casi todo Brasil, Bolivia, Paraguay, este de Ecuador y Perú, las Guayanas, Venezuela y Colombia, es descendiente de estas formas fósiles, que alguna vez, habitaron la región pampeana durante la última edad de hielo.

Bibliografia sugerida.

Alberdi Alonso M, Prado JL, Favier-Dubois C. 2006. Nuevo registro de Hippidion principale (Mammalia, Perissodactyla) del Pleistoceno de Mar del Sur. Revista española de paleontología, ISSN 0213-6937, Vol. 21, Nº. 2, 2006, págs. 105-114

Alberdi, M.T.; Prado, J.L. 1995b. Los Équidos de América del Sur. In Evolución climática y biológica de la región pampeana durante los últimos cinco millones de años. Un ensayo de correlación con el Mediterráneo occidental (Alberdi, M.T.; Leone, G.; Tonni, E.P.; editores). Museo Nacional de Ciencias Naturales, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Monografías, p. 295-308. Madrid.

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Ameghino, F. 1888a. Rápidas diagnosis de algunos mamíferos fósiles nuevos de la República Argentina, Buenos Aires, 17 pp.

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